Los Ewing de Dallas

Los Ewing de Dallas

Author:Burt Hirschfeld
Language: es
Format: mobi
Tags: Otros, Narrativa, Novela
Published: 2011-09-03T22:00:00+00:00


Aquella noche, después de la cena, Sue Ellen se excusó y se dirigió en seguida a su habitación. Una silenciosa alegría la invadía como si hubiese realizado una gran cosa, algo que raramente solía hacer. Acababa de ponerse sus ropas de noche cuando llegó J.R. Este se quitó la chaqueta, la camisa y la corbata y se puso una camisa nueva recién planchada.

Mientras se la abotonaba, observó a Sue Ellen.

—Me has sorprendido esta noche —comentó.

—¿Y cómo puede ser eso, maridito mío? Tenía la impresión de que veías muy claramente y muy adentro de mí, que nada que hiciera o dijese podía sorprenderte.

J.R. se metió los faldones de la camisa dentro de los pantalones y comenzó a anudarse la corbata.

—Has conseguido mantener cierto decoro en la cena, del principio al final.

—Siento haberte defraudado.

—He quedado muy complacido.

—¿De veras? Esperabas que me comportase como una loca delante de toda tu familia, que estuviese incómoda por lo que había sucedido, que me avergonzase de mí misma. Pero las cosas no han funcionado de esa manera, ¿no te parece? Fui una perfecta dama: Encantadora, ingeniosa y completamente sobria.

J.R. se miró en el espejo, mostrando una boca enfática y torcida hacia abajo. Sus ojos eran acerados. El nudo de la corbata había quedado exacto, perfecto, como él había querido.

—Sue Ellen, creo que te estás encaminando en línea recta, a más de cien kilómetros por hora, hacia un derrumbamiento nervioso. Tendremos que hacer algo respecto a tus delirios, cariño.

—J.R., nada de eso. No deliro. No estoy borracha. Tengo un perfecto dominio de mí misma. No me internarán de nuevo.

—Eso ya lo veremos.

—No lo permitiré. Bobby no lo consentirá.

—Recuerda, cariño...

Se puso la chaqueta.

—Yo siempre consigo lo que deseo. Siempre.

Se dio la vuelta para irse.

—Dime, J.R... ¿Estás planeando acostarte con mi hermana Kristin esta noche?

J.R. se quedó silencioso y la miró.

—Pobre Kristin... En ese caso, ¿con qué fulana pasarás la noche?

J.R. se dio la vuelta por completo.

—Cualquiera que sea la fulana es mucho mejor que la fulana que tengo como mujer y que estoy viendo en este momento.

J.R. salió y cerró con estrépito la puerta detrás de él. En un ataque de rabia, Sue Ellen tiró una almohada contra la puerta. Se dirigió al armario de J.R., abrió un cajón y empezó a tirar ropas al suelo. Al fin, se detuvo, metió la mano en el cajón y sacó de él un revólver cargado del calibre 38.

Pesaba en su mano, aunque de una forma satisfactoria. Sue Ellen lo alzó y se quedó mirando aquel cañón negro y letal. En seguida se lo dirigió a los labios y, lentamente, muy lentamente, se lo fue introduciendo en la boca, con el pulgar en el gatillo. El sabor metálico del arma le obligó a hacer una mueca y apartó la pistola.

Apuntó con ella luego a la puerta, donde había visto por última vez a su marido. Su brazo extendido comenzó a temblar, doliéndole todos los músculos.

—Bang —dijo en voz baja—, bang, bang...

Se derrumbó en el suelo, mientras aún seguía apuntando con la pistola.



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